PARA ESTABILIZAR Y MANTENER EL IMPERIO QUE PRETENDÍAN EXTENDER SOBRE LA TIERRA, ERA IMPERATIVO ESTUDIAR, CONTROLAR Y MODIFICAR LOS TRÓPICOS.

ENTRE LOS TRÓPICOS: GENEALOGÍAS DE IMPERIOS Y REVOLUCIONES

BETWEEN THE TROPICS: THE GENEALOGIES OF THE EMPIRES AND THE REVOLUTIONS

Traducido por

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Conviene repetir que los «trópicos», el «sur (global)», el «Tercer Mundo» y las «antiguas colonias» suelen referirse a zonas geográficas que se solapan. Es decir, la mayor parte del territorio designado como «sur» y «Tercer Mundo» también se identifica con el clima tropical. De hecho, las palabras «trópicos» y «colonias» se utilizaron indistintamente en los registros europeos hasta bien entrada la década de 1950. El descubrimiento y delimitación de los trópicos, una tarea que se prolongó durante varios siglos, tuvo lugar después de la Ilustración y estuvo estrechamente relacionado con el Siglo de los Descubrimientos y el auge de la ciencia moderna, el colonialismo y el capitalismo. Fue a través de este proceso que se definió y naturalizó el «trópico». El carácter chino dai, que significa región o cinturón, que aparece en el término chino para los trópicos, redai, no tiene ninguna relación con la palabra inglesa «tropics», o el término alemán, «Tropen», ambos directamente relacionados con la meteorología. Sin embargo, este carácter confiere al término chino la connotación gráfica de una región o zona que rodea la Tierra. Como tal, la traducción refleja la incipiente concepción del mundo como un globo terráqueo a finales de la dinastía Qing, cuando se importaron a China los conceptos geográficos occidentales.

Mientras que los continentes y los mares tienen límites visuales y físicos claramente diferenciados, las zonas climáticas se crean mediante distinciones longitudinales a nivel planetario. Este concepto fue anterior al meridiano—por ejemplo, el meridiano de Tordesillas fue establecido a principios del siglo xvi por las potencias navales emergentes España y Portugal para definir sus esferas de influencia. Pero el meridiano era un concepto vacío; como la geometría cartesiana, no era más que una proyección autorreferencial, carente de significado o narrativa, e intercambiable con otros conceptos. Las zonas climáticas, por el contrario, tienen una base material. Sus aparencias y características son localizables, diseñables. Es indiscutible que existen diferencias en las temperaturas de la Tierra y sus distribuciones, pero el espectro de la diferencia es gradual y complejo. He aquí la verdad del asunto: los «trópicos» fueron la primera zona climática que se inventó. Es decir, el proyecto colonial problematizó el clima. Los europeos definieron la tierra extranjera que tenían ante sí como los trópicos, distinguiéndolos de las metrópolis, que recibieron el apelativo de «zonas templadas». En este sentido, los climas se clasificaban: «Templado» también connota lo suave, adecuado y bien dispuesto. Al descubrir que existía una zona de transición entre la zona templada y los trópicos, la denominaron simplemente «subtrópicos». Cuando se puso de moda la exploración ártica, ésta también se integró en el mismo esquema organizativo.

Con las denominaciones climáticas, podíamos hacernos una idea de la Tierra; a cada metro de tierra del planeta se le podía asignar un atributo básico. El clima se convirtió en la base de la comprensión de los animales, la vegetación, el paisaje y las poblaciones. En el siglo xviii, una especie de determinismo climático determinó en gran medida la visión del mundo de los europeos, y ha seguido siendo popular desde entonces. El determinismo climático no sólo esencializa las diferencias entre espacios, sino que también las sitúa en una secuencia temporal. En las concepciones populares de la teoría de la evolución, la vida en los trópicos evolucionó con retraso y letargo. Para las sociedades industriales, estas teorías proporcionaron incluso una fantasía ancestral, ya que las imágenes primitivas y pastorales se asociaron profundamente con los trópicos.

En The Tropics of Empire, Nicolás Gómez describe la obsesión de Colón por el Caribe. Para Europa, los trópicos reponían el suministro de bienes de urgente necesidad, incluidos animales, plantas y esclavos (poblaciones). Este marinero había descubierto una enorme reserva de recursos. La subyugación del Caribe, las Indias Occidentales, América Latina, el sur de Asia, el sudeste asiático y África perfeccionó las tecnologías coloniales—y específicamente tropicales—que fueron fundamentales para el surgimiento de la modernidad y la gobernanza moderna. Los trópicos se objetivaron como lugar y como epistemología. 

La base de la expansión del colonialismo a través de los trópicos se encuentra en los orígenes de la economía política. El colonialismo proporcionaba un suministro complementario de materias primas, fuerza de trabajo y metales preciosos que formaba un todo unificado con la zona templada, siempre y cuando los trópicos permanecieran subordinados. En esta época, adentrarse en los trópicos se consideraba una forma de aventura. La mayoría de los occidentales sólo pisaban los puertos o la costa; sólo unos pocos exploradores o misioneros hacían incursiones esporádicas en el interior. En Imperial Eyes, de Mary Louise Pratt, se analiza la importancia del género de la literatura de viajes colonial. Ante la vitalidad, riqueza e intensidad de los trópicos, muchos de los primeros exploradores, misioneros, marineros y mercaderes recurrieron a una especie de terror primitivo al describir sus experiencias.

El pánico no era simplemente retórico. Calcuta, antaño sede de la Compañía de las Indias Orientales y capital de la India colonial, se configuró precisamente a partir de este miedo y esta ansiedad. Para los ingleses recién llegados, el trópico era un mal que había que superar. Incluso la exuberante vegetación suponía una amenaza. Fort William, situado en el centro de Calcuta, fue la primera fortaleza establecida por los colonos británicos. A su sur había una gran franja de selva, y tras ser atacados en esa zona por la noche por varios grupos de nativos, los británicos decidieron nivelar completamente la jungla para asegurar una visibilidad sin obstáculos y evitar que sus atacantes se acercaran. Años más tarde, esta zona despejada artificialmente se convirtió en el primer jardín municipal moderno de Asia, con un popular hipódromo incluido, lo que hizo de Calcuta la Ciudad de la Alegría del imperio.

Mapa de 1844 de Fort William y Esplanade. Society for the Diffusion of Useful Knowledge / Public Domain
«Vista en perspectiva del Fuerte William en el Reino de Bengala; perteneciente a la Compañía de las Indias Orientales de Inglaterra» por Jan Van Ryne, 1754. User: Rudolf / Wikipedia / Public Domain

 En realidad, la explotación de los trópicos ha sido una industria perdurable desde la creación de la Compañía de las Indias Orientales por Inglaterra y Holanda en el siglo xvii. El subcontinente indio, clasificado casi en su totalidad como tropical, fue la colonia británica más importante. Calcuta fue elegida como capital por su situación geográfica en relación con el continente y el océano, convirtiéndose más tarde en el centro de la expansión imperial desde el golfo de Adén hasta George Town (Malasia). Calcuta era la ciudad más importante del imperio, sólo superada por Londres, y por ello se la denominaba la Segunda Ciudad (lo que, sumado a sus otros sobrenombres de Ciudad de la Alegría y Ciudad de los Palacios, demuestra la importancia de la metrópoli). Desgraciadamente, Calcuta no tenía acceso directo al mar; a diferencia de otras ciudades sofocantes, no había brisa marina que la refrescara. Por ello, su clima es similar al de Guangzhou. Cuando la estación lluviosa se abatía sobre la ciudad, los administradores coloniales se tumbaban con el torso desnudo en sus mansiones, descansando en camas de bambú mientras sus sirvientes les abanicaban con fervor—hacía demasiado calor para hacer otra cosa. Cómo lidiar con el clima tropical era un reto común para los colonos europeos que ocupaban África, el sur de Asia, el sudeste asiático y América Central y del Sur. Para estabilizar y mantener el imperio que pretendían extender sobre la tierra, era imperativo estudiar, controlar y modificar los trópicos. Como resultado, los trópicos se convirtieron en un lugar especial de investigación, de donde surgieron las disciplinas modernas de la botánica, la agricultura, la arquitectura y la medicina, entre muchas otras. 

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Como clasificación internacional, interregional e intercontinental, la zona climática es, en cierto sentido, la mayor unidad de clasificación que se sigue utilizando hoy en día. Sólo se necesitan unas pocas zonas para abarcar todo el planeta, sin ningún rincón sin categorizar. Las clasificaciones superan a otras instituciones europeas de categorización geográfica, como el Tratado de Westfalia y el Derecho Internacional de Grocio. Las zonas climáticas operan en otro plano, donde la tierra es el sujeto epistemológico de una conciencia global emergente. Los campos de la navegación marítima, la cartografía, la topografía y la astronomía empezaron a demostrar que la tierra es completamente cognoscible.

Los trópicos incluían a las colonias más grandes y más duraderas, y que fueron las últimas en independizarse, lo que reorientó por completo los lazos del capitalismo con la modernidad. Nos vemos obligados a reconocer que no existe una progresión lineal del capitalismo al colonialismo, y luego al imperialismo. Dentro de un determinado marco espacial y temporal, el colonialismo puede estimular el crecimiento del poder capitalista en la metrópoli, creando nuevas condiciones, industrias, normativas, grupos y clases sociales. Muchos fenómenos nuevos surgieron de la relación asimétrica entre los territorios nacionales y los de ultramar. Sweetness and Power, de Sidney W. Mintz, explica cómo las plantaciones de ultramar rejuvenecieron el comercio en Londres y crearon una nueva clase social. La nueva clase no se formó internamente, sino que surgió de las relaciones políticas y económicas con la colonia lejana en una red internacional. Mintz declara que el capitalismo comenzó en las plantaciones. Ann Stoler lo confirma en su búsqueda de restos históricos de trabajo, género, raza y clase en una plantación de Sumatra. Se podría decir que los trópicos fueron un laboratorio o placa de Petri para el capitalismo moderno. Los Estados nación, la raza, la etnia, la población, la clase, la ley y las técnicas de gobierno –las principales herramientas del capitalismo moderno– se prototiparon en los trópicos antes de importarse a Europa. Los europeos se vieron reflejados en el espejo de los trópicos y lo utilizaron para justificar su propia posición.

Como parte integrante del imperio, los trópicos ofrecían un índice caleidoscópico. Separada de las formas locales de conocimiento, una zona que ocupaba el 40% de la superficie terrestre quedó atrapada para convertirse en sede del capital colonial. Etiquetar una franja del mundo como «tropical» fue para Europa una forma de definir una zona con un clima y una cultura categóricamente diferentes de los suyos, un proyecto para asignar una identidad única a una vasta región. La palabra empezó a circular como adjetivo: enfermedades tropicales, frutas tropicales, agricultura tropical; los trópicos se redujeron a una sola palabra con un conjunto unificado de características. Pero, ¿hemos oído hablar alguna vez del término «___ templado»? Lejos de estar unificada bajo una única distinción geográfica, la zona de clima templado se considera heterogénea, diversa, viva y dividida en muchos estados.

Consideremos los seis relieves escultóricos de insectos tropicales en la puerta de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, el centro mundial para el estudio de la medicina tropical (el escudo de la escuela lleva una palmera). El trópico es aquí un concepto visible con múltiples demarcaciones. En lugar de entenderse a través de las vidas reales, los cuerpos, las prácticas cotidianas y las relaciones entre los seres humanos, los objetos y el medio ambiente, los trópicos se convirtieron en un tema abstraído y examinado científicamente, que existía dentro de la visión burguesa del mundo y la epistemología preocupada sólo por la reproducción social. En 1870, sólo el 10% del continente africano (en su mayor parte costero) estaba controlado por potencias coloniales. En 1910, esa cifra había aumentado hasta el 90%, en gran parte como resultado de la Conferencia de Berlín de 1885. Lenin describió ese proceso de división y parcelación de la tierra como la llegada de la Era del Imperialismo sobre cada palmo de tierra. Era el fin de la terra nullius de John Locke, pues ya no quedaba espacio en el mapa sin designar.

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Decoraciones en el exterior de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres

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Pero la historia tiene tendencia a desarrollar su inversa. Tan pronto los trópicos se atribuyeron enteramente a los imperios, otra variable espacial se aceleró en su existencia. Durante la Primera Guerra Mundial, también conocida como la guerra civil del imperialismo, Lenin golpeó desde el frágil núcleo de la Rusia zarista, encendiendo como un relámpago una revolución largamente fermentada. Desde que se retiró de la guerra, la Rusia soviética sacó del orden imperial una enorme franja de Europa Oriental y Asia Septentrional, creando formas organizativas alternativas como vanguardia de la Era de los Imperios. Un nuevo programa de modernidad, destinado a sustituir al orden imperial global, se presentó a las colonias y a sus pueblos.

Recorriendo las historias poscoloniales, Robert J. C. Young afirma que «el comunismo fue el primer, y único, programa político que reconoció la interrelación de estas diferentes formas de dominación y explotación y la necesidad de abolirlas todas como base fundamental para la realización con éxito de la liberación de cada una de ellas». 1 En 1920, la «Cuestión Colonial» como programa político global fue presentada por primera vez en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Los comunistas empezaron a reconocer que la victoria sobre los imperios no podía ser obtenida por la clase obrera de los países industrializados, sino que dependía también de la liberación de las colonias. El encarnizado debate librado entre M. N. Roy, representante de la India colonial, y Lenin en el Congreso se considera el momento en que los revolucionarios coloniales pasaron a la primera línea de la historia.

Si la expansión de los imperios coloniales permitió la creación de los trópicos, la historia de las revoluciones del siglo xx fue un proceso de negación mediante el cual los trópicos establecieron su independencia. A medida que los imperios europeos declinaban durante la Guerra Fría precipitada por la Segunda Guerra Mundial, la revolución crecía a un ritmo sin precedentes. En la década de 1950 se popularizó el término Tercer Mundo. Acuñado por un demógrafo francés, el término se refería originalmente a las (antiguas) colonias que habían sufrido una profunda opresión y se encontraban en una «tercera posición», es decir, no alineadas con el capitalismo o el comunismo. Pero tras la Conferencia de Bandung, la crisis de Suez y, sobre todo, la guerra de Argelia, el Tercer Mundo se radicalizó y formó una clara autoidentidad y disposición política. Por primera vez, los oprimidos fijaban su propia agenda.

Tras una larga serie de expresiones fragmentadas, dispersas y sofocadas desde principios del siglo xx, los trópicos establecían por fin una voz colectiva con claras reverberaciones. En contraste con los trópicos subyugados y parcelados que existían bajo el imperialismo, esta vez los trópicos se unificaban en torno a la identificación con la resistencia y la autonomía. Un término paraguas que se había utilizado para borrar la diferencia se transformó en un nuevo instrumento de solidaridad. La revolución como forma de vida se impuso en el Tercer Mundo, y los trópicos se convirtieron en su centro de ebullición. 

Desde los años 50 hasta los 80, los trópicos libraron guerras calientes en un mundo marcado por la Guerra Fría. La Emergencia Malaya, la Batalla de Dien Bien, las revoluciones de Cuba y Zanzíbar, la Crisis del Congo, la Guerra de Liberación de Angola, la Guerra de Liberación de Mozambique y la Guerra de Vietnam conectaron a toda la región en la primera línea de la revuelta contra el imperio, provocando incendios forestales por todo el trópico. La evolución de esta subjetividad no era inesperada, pues representaba la lucha desde una posición planteada por el proyecto internacional socialista en su lucha contra el orden capitalista global. Era una época en llamas. La línea de lucha cubana sostenía que la resistencia necesitaba más Vietnams. La extensión de los campos de batalla desmantelaría sistemáticamente los imperios a medida que el coste de la guerra se hiciera insoportable. Los trópicos no eran simplemente el lugar del conflicto, sino que también incorporaban sus propias necesidades tácticas. La densa vegetación se convirtió en una espesura de rebeldes insurgentes. Las teorías militares estadounidenses de posguerra sobre la contrainsurgencia y la guerra de baja intensidad nacieron de los conflictos tropicales. Ya fuera como fuente de calor o como proveedor de sustento, el calor acercaba a los combatientes a la naturaleza.

Una escena selvática de guerra de guerrillas de la película Che (2008).
En 1965, el ejército estadounidense roció Agente Naranja en el norte de Vietnam. Al despojar a los árboles de sus ramas y hojas, dejó al descubierto la superficie de la tierra, lo que dificultó el escondite de los guerrilleros y la supresión de las insurgencias regionales.

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Al extender el conflicto a una vasta zona, estos revolucionarios hicieron posible la guerra de guerrillas. Cuando el Tercer Mundo se alzó en levantamientos, no se basó únicamente en resentimientos e indignaciones locales. Tras una serie de victorias en China, Argelia, Cuba y Vietnam, la guerra de guerrillas se había consolidado como una estrategia revolucionaria. Como filosofía de la victoria, estaba enraizada en el marco temporal de la modernidad y la lógica espacial del internacionalismo. La disposición política de las tácticas de guerrilla se clarifica como resistencia antiimperial. Los trópicos, un océano de insurgencia, invirtieron la topología de la subyugación colonial, convirtiéndose en la primera línea de una revolución global y sus fundamentos teóricos como un viento cambiante dirige un fuego embravecido. No olvidemos que en los escritos de Carl Schmitt y Mao Zedong, la guerra de guerrillas tiene sus raíces en la tierra. También es un proceso de reconfiguración de los conocimientos y experiencias locales en los trópicos. Al depender de la tierra, utilizarla y tomar conciencia de ella, la relación entre la tierra y sus habitantes cobró una fuerza renovada. Por primera vez, «el Nomos de la Tierra» fue dictado por la agenda de los oprimidos, cuya resistencia se manifestó en la batalla por la propiedad de la tropicalidad. Como construcción imperial, los trópicos tenían que encontrar su propio espíritu, escribir sus propios relatos y establecer su propia posición en el mundo. El objetivo no era volver a una visión precolonial idealizada de separación e inocencia. Por el contrario, se trataba de reivindicar el legado colonial, reconfigurar las demandas apelando a exigencias trascendentales y llevar a cabo la transformación y la revolución locales en el contexto de la solidaridad internacional.

Como nuevo vínculo geográfico, los trópicos conectaron las regiones poscoloniales con una visión socialista del mundo. La emancipación de los trópicos comenzó con la negativa a esencializarse. Se abandonaron las fantasías de aldeas agrícolas primitivas y pastoriles, y la región se lanzó al huracán de la productividad moderna. No se trataba en absoluto de una connivencia con el capitalismo, el «espejo de la producción» que teme Baudrillard. Al contrario, el colonialismo nunca invirtió realmente en homogeneizar los trópicos; fabricar y controlar la diferencia fue la exigencia fundacional del imperialismo y el capitalismo. La descripción que Lenin hizo en 1913 de una «Asia avanzada» tuvo su reflejo en el llamamiento de China a una «África avanzada» durante la gira de Zhou Enlai por África en 1964. Sin referirse a una realidad, lo «avanzado» apunta a la creencia de que quienes se encuentran en los extremos del viejo mundo podrían ser una fuerza de negación causante de una agitación global masiva y un impulso pionero para la creación de un nuevo mundo. Lo «avanzado» es una proyección dialéctica orientada al futuro e informada por la modernidad revolucionaria. La implicación del socialismo en el Tercer Mundo estuvo motivada por la lógica geopolítica del antiimperialismo y el anticolonialismo, cuyas condiciones sensoriales y materiales más básicas se encontraban en los trópicos. Los trópicos planteaban un reto desconocido, como se desprende de los enormes flujos de apoyo material y técnico a gran escala que se invirtieron.

Los trópicos fueron la primera «tierra extranjera» que encontraron los practicantes del socialismo, con un conjunto totalmente inesperado de geografía, suelo, temperatura, precipitaciones, luz solar, insectos y fauna. Durante la era Mao, los ingenieros chinos dedicaron más de una década a adaptar los diseños arquitectónicos al clima tropical de África. Antes de la era comunista, la importancia de las colonias para los comunistas se derivaba sobre todo de los estudios de economía política. Desde Europa Oriental hasta Asia Oriental, ninguna nación tenía un conocimiento sistemático de los trópicos, pues era una categoría de conocimiento que pertenecía a los imperios coloniales. Cómo dar sentido a los trópicos en el contexto de la revolución global era una cuestión tanto material como filosófica. Para una revolución que pretendía ser universal, el mundo socialista veía los trópicos como la última pieza del rompecabezas en su aproximación a la naturaleza, la tecnología y las poblaciones. Sólo entonces se enfrentaron realmente a la región. Durante la Guerra Fría, los socialistas pasaron por un proceso de aprendizaje de la historia de los trópicos bajo el poscolonialismo. La alianza entre el campo socialista y el Tercer Mundo pudo muy bien haber sido un intento de repensar y reescribir los trópicos, de redibujar el mapa mundial e imaginar un nuevo orden global a través de una nueva visión de la economía política y la epistemología.

Fotograma de Building the TAZARA Railway, documental de China News, 1972.

En este sentido, los propios trópicos eran un método, una epistemología regionalizada. Enredados en condiciones coloniales, anticoloniales y poscoloniales, los trópicos eran un síntoma de colonialidad que encerraba el potencial de una revolución desde dentro. La cuestión de cómo entender y atender a los trópicos era indispensable para comprender el colonialismo, el Tercer Mundo y el Sur global. En esta zona revolucionaria definida por accidentes geográficos, la historia se desarrolla a lo largo de un eje latitudinal que incorpora diversas categorías políticas por correspondencia y sustitución. Durante la era Mao, una poderosa retórica de romantización de los trópicos se hizo patente tanto en obras de arte revolucionario (como Ode to Friendship, The Battle Drum at the Equator, Songs for the Construction of the TAZARA Railway, e In the Jungles of Africa) como en el discurso popular. El paisaje tropical era descrito como vasto, poderoso, robusto, honesto, apasionado y radical. También era un lugar de penurias, tribulaciones, vida sin adornos y crecimiento personal. Es decir, el trópico era revolucionario y permitía la formación del sujeto revolucionario, un significante geográfico que podía producir conciencia y dialéctica. De ahí que en los discursos chinos de la época se hablara de África como «el continente tropical» y «el continente revolucionario».

Esta nueva comprensión de los trópicos insinuaba la posible desintegración del viejo orden: la liberación de una región bautizada con una categoría de geografía física no puede sino revisar sus atributos físicos y las particularidades políticas asociadas. El conocimiento de los trópicos, parte integral de la historia colonial, no tenía cabida en el continente. El conocimiento acumulado y refinado en la práctica durante miles de años quedaba oscurecido, obsoleto y sin sentido. El conocimiento ya no se integraba orgánicamente en el mundo; los elementos naturales ya no estaban conectados con ningún otro tipo de conocimiento. Y los pueblos perdieron su lugar en la producción de conocimiento por la constante desposesión y expropiación, perdieron su capacidad de interpretar la tierra en la que vivían y se convirtieron en un exceso de población. El hecho de haber sido secuestrados como esclavos hace eco de su destierro epistemológico.

La reconstrucción de los trópicos requería una nueva forma de producción de conocimiento que pudiera dotar de carácter a la tierra. Este carácter geográfico no pretendía representar ningún lugar en particular, sino permitir un amplio reconocimiento de las condiciones locales como intercambiables, cambiantes, interrelacionadas y mutuamente contextualizadas. La imaginación revolucionaria de los trópicos fue un importante mecanismo del internacionalismo, por el que la experiencia y la imaginación teóricas podían trascender las localidades espaciales y temporales para crear un destino compartido y unas condiciones comunes. Como dijo el Che Guevara en 1964, los problemas del Mississippi sólo podían solucionarse solucionando los problemas del Congo: «el mismo calor y el mismo frío en todo el planeta». 



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Liu Ye

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NOTES

Between the tropics: the genealogies of the empires and the revolutions, by Ye Liu, publicado por primera vez en South of the South Journal DISPONIBLE AQUI
Publicado con el permiso del autor.

  1. Robert J. C. Young, Postcolonialism: An Historical Introduction (Wiley-Blackwell, 2016), 142.

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