Bajo el pretexto de la objetividad científica, la nomenclatura binomial (o el sistema de nombramiento científico) desarrollado por Linneo se construyó con el latín como su estructura básica. Esta decisión permitió, por vez primera en la historia, hablar con precisión sobre cualquier planta o animal, superando las variaciones de nombres para una misma especie, y aún más importante, permitió por primera vez hablar de cualquier especie particular en cualquier idioma.
Este sistema de nomenclatura fue una de las primeras aproximaciones universalistas para hablar sobre los productos e informaciones cada vez más abundantes que las colonias y el comercio internacional posibilitaron. El sistema Linneano lleva implícito un ethos científico para el cual todo de lo que se pueda hablar, puede ser descubierto, analizado y comprendido.
La nomenclatura binomial contextualizó el nombramiento de seres vivos como si se tratara de una empresa neutral y académica: «Si no conoces el nombre de los seres vivientes,» según escribió en su Philosophica Botanica, «el conocimiento sobre ellos se pierde también». Las plantas y animales que cayeron bajo su escrutinio por supuesto que no estaban siendo nombradas por vez primera, sino que fueron renombradas científicamente y culturalmente recodificadas; traducidas en el sentido más amplio de la palabra. En otras palabras, este acto de nombramientos fue un método de sanitización ejecutado en un movimiento doble: primero, hizo que las plantas y animales fueran entendibles y comunicables entre lectores europeos, y en segundo lugar, la convención de nomenclatura universal colocó a cualquier y todas las especies en un vacío platónico, eliminando totalmente el origen geográfico de sus objetos de estudio.